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    «Oigo una voz dentro de mi cabeza…».

    5 años ago · · 0 comentarios

    «Oigo una voz dentro de mi cabeza…».

    Es curioso, pero si alguien va al médico y dice: “oigo una voz dentro de mi cabeza”, lo más probable es que le envíen directamente al psiquiatra.

     

    Pero vamos a ser claros, y lo cierto es, que de un modo similar, prácticamente todo el mundo oye continuamente una voz , o varias voces, en su cabeza. Monólogos o diálogos continuos. Y es que nuestra mente es una fábrica de crear pensamientos, hasta cuando dormimos nuestra mente está trabajando. Estos son procesos de pensamientos involuntarios, que, a propósito no sabemos que podemos detener.

     

    Me atrevería a decir que más de una vez, nos hemos cruzado con alguien que curiosamente  estaba hablando solo o susurrándose algo a sí mismo, y qué rápido decimos o pensamos, “pobre loco”.

    Bueno… eso no es muy diferente de lo que el resto de los comunes “hacemos”, excepto que no lo reproducimos en voz alta.

     

    La voz comenta, especula, juzga, compara, se queja; hay cosas que le gustan, otras que le disgustan y, así sucesivamente. En tantas ocasiones, a esta banda sonora le acompañan imágenes visuales, como películas mentales.

    Lo que dice la voz no tiene por qué ser relevante en la situación en la que nos encontramos en ese momento; puede estar reviviendo algo del pasado reciente o lejano, ensayando algo o imaginándose posibles situaciones futuras. En estos casos, curioso de nuevo, la mayoría de las veces se imagina que las cosas van mal y que los resultados van a ser negativos. A esto se le llama preocupación.

     

    También hay ocasiones en las que la voz nos dice cosas relevantes de la situación actual en la que nos encontramos, y… sabes… siempre las interpretamos en función de nuestro pasado. Esto es así porque nuestra voz es parte de nuestra mente condicionada, que es el resultado de nuestro pasado personal y del contexto mental colectivo que hemos heredado. De este modo, vemos y juzgamos el presente con los ojos del pasado, por lo que nuestro punto de vista está totalmente distorsionado.

    Es bastante habitual, que nuestra voz interna sea nuestro peor enemigo. Muchos viven con un torturador en su cabeza que les ataca y les castiga, agotando su energía vital. Este parloteo incesante causa una enorme cantidad de dolor e infelicidad, y por supuesto, también enfermedades.

     

    Pero aquí viene la mejor parte…

    Realmente nosotros no somos nuestros pensamientos. Equiparar el pensamiento con el Ser, es decir, la identidad con el pensar, es un gran y grave error. Hay autores que incluso se atreven a decir que pensar se ha convertido en una enfermedad, teniendo en cuenta que la mayor parte del tiempo pensamos de manera compulsiva y la enfermedad se produce cuando las cosas no están en equilibrio.

    Intento aclarar este punto ya que puede resultar complejo de entender: por supuesto, la mente es un instrumento soberbio si se usa correctamente. Sin embargo, si no se hace así, se vuelve muy destructiva. Para ser más precisa, no se trata tanto de usar la mente equivocadamente, sino que generalmente no la usamos en absoluto, sino que es ella la que nos usa a nosotros mismos. Esa es la enfermedad: crees que tú eres la mente. Ese es el engaño. El instrumento se ha apoderado de ti convirtiéndote en esclavo, sintiéndote poseído sin saberlo, identificándote inconscientemente con ella, creyéndote la entidad poseedora.

     

    Añado otro apunte que creo necesario en este punto: al igual que a un perro le encanta morder huesos o a las abejas posarse en las flores, a la mente le encanta resolver problemas matemáticos, crucigramas, incluso realizar experimentos químicos, ya que está diseñada para ello. A la mente le “encanta” hincar el diente a los problemas, pero… a “ti” eso realmente no te interesa. Si nos preguntaramos: “¿Podemos liberarnos de nuestra mente cuando lo deseamos? ¿Hemos encontrado el botón para apagarla? Qué responderíamos…

     

    Es curioso, pero cierto:

    Uno puede liberarse de su propia mente. Esa es la única y verdadera liberación.

    Y podemos dar el primer paso ahora mismo: Empieza por escuchar tan frecuentemente como puedas la voz interna, la que está dentro de tu cabeza. Presta una atención especial a cualquier patrón de pensamiento repetitivo, como aquellos antiguos discos de gramófono que pueden haber estado dando vueltas en tu cabeza desde hace años.

     

    Esto es lo que se llama “observar al pensador” y mantente ahí como presencia que atestigua. Escúchala pero de manera imparcial, es decir, no juzgues, no condenes lo que oyes porque eso sería que la misma voz ha vuelto a entrar por la puerta de atrás. Pronto te darás cuenta que la voz está allí y tú estas aquí, observándola. Esa compresión de “yo soy”, esa sensación de tu propia presencia que escucha, no es un pensamiento, surge más allá de tu mente.

     

    Cuando escuchas un pensamiento, no solo eres consciente del pensamiento sino también de ti mismo como testigo del pensamiento, es decir, aparece una nueva dimensión de conciencia. Ese es nuestro yo más profundo y aprender a desidentificarnos de los pensamientos es el principio del fin del pensamiento compulsivo e involuntario.

     

    Así que, déjame decirte que no hace falta ir al psiquiatra si aumentáramos el volumen de nuestra voz interna, no estamos “locos” por ello, sin embargo, animarnos a realizar un proceso terapéutico en manos de un psicólogo, puede ayudarnos a aprender a “observar al pensador” provocando así poco a poco, entre otros grandes aprendizajes personales, QUIETUD Y PAZ INTERIOR cuando nos unimos al SER, generalmente nublado por la mente que nos engaña haciéndonos esclavos e identificándonos con ella.

     

    El placer de perderse.

    6 años ago · · 0 comentarios

    El placer de perderse.

    Y aquí estoy yo, borracha de luz, sentada en la orilla de alguna playa dejando que las olas golpeen mi cara, mientras no pienso en absolutamente nada.

    Aquí estoy yo, deseosa y brutalmente adicta a querer dejar todo de lado, aunque sea por un rato.

     

    No pienso en la alarma de las 8:38 de la mañana. No pienso en la prisa de salir de casa. Ni en los atascos. Ni en qué narices hacer con el dinero de los bancos.

     

    No pienso en responder los emails de las agencias de viajes ofreciéndome ofertas que nunca compraré. No pienso en mi madre, ni en mi padre, ni en la bella persona que algún día perderé.

     

    No pienso en la bazofia que nos ofrece la parrilla televisiva con todos sus políticos de plástico o Sálvame de asco… porque si ahí me quedo un poco, se me avergüenzan los oídos y se me derriten los ojos.

     

    No… aquí no hay espacio para nada inútil.

    Aquí estoy yo, el mar y su afán de conquistarme el alma.

     

    Y… ahí detrás de mi, en la arena seca, está el resto, reposados en sus toallas preguntándose ¿qué narices hace esa tarada sentada en la orilla dejando que las olas la golpeen la cara?

     

    Y es que es una lástima que haya entes que desconozcan el placer de poder, de vez en cuando, perderse.